jueves, junio 22, 2006

He intentado focalizar mis pensamientos y mis emociones en hacer otras cosas como tocar un rato la flauta o la guitarra, o sencillamente observar la luna llena, o esperar a ver un amanecer que desde hace años no veo, escuchando los cantos de los pájaros que saludan al nuevo día.
No, hoy mi pluma escribe sola, no lo puedo evitar, tengo ganas de dejar salir mis sentimientos al exterior, por encima de todas las copas de estos arboles que nos resguardan en este reino el nuestro, quiero que maduren, quiero que encuentren otros brazos que los puedan asir.

Hará unos 6 años iba caminando tranquilamente por el bosque, en busca de raices, tubérculos, frutos y otros vegetales que me pudieran servir de comida. Iba tocando la flauta más pequeña que tengo, maravillándome, como solía hacer siempre, con cada pequeño detalle, con cada pequeño movimiento que me brindara la naturaleza. Mi destino, no obstante, siempre era llegar a Caras Galadhon, pues como las mujeres de allí no las hay en ningún otro sitio. Al llegar allí era costumbre mía (y aún lo es) sentarme en las grandes raices de un arbol y desde allí observar las doncellas que, gràciles y bellas como cisnes, danzaban, cantaban y reían. Pero aquel día el destino me deparó una sorpresa que iba a cambiarme la vida para siempre, no se si para bien o para mal, y no quiero saberlo. De hecho, es mi creencia que no hay nada que sea del todo para bien, ni del todo para mal. Todo posee matices. Por eso a menudo pasamos de un estado muy feliz a uno muy triste.



Bueno, a lo que iba. Aquel día no iba a ser como los demás. Iba andando cerca del afluente de Nimrodhel, tocando la flauta, y contento ante la perspectiva de ver a las chicas en Caras Galadhon, cuando de pronto me escurrí con una piedra húmeda, y caí en el afluente. Refunfuñé unas cuantas palabras en mi idioma, y, cuando hice ademán de salir de ahí mojado de pies a cabeza, noté como una fortísima corriente me arrastraba hacia el fondo. Empecé a mover brazos y piernas desesperadamente, pero en pocos segundos aquella cosa ya me había absorbido.
Y así fue como aparecí en el Otro Lado, por arte de una magia extraña, y lo que más me impactó fue que llevaba un ropaje distinto, mi flauta, el arco y el carcaj con las flechas habían desaparecido, llevaba un peinado extraño. Era todo diferente, como si viviera una vida paralela a la mía en mi Mundo, y, sin embargo recordaba perfectamente Arda. Me sentí como si aquel Yo hubiera por fin tomado conciencia de él mismo y hasta ahora simplemente hubiera vivido una mentira. Todas las cosas que me rodeaban, y eso es lo que me llamó más la atención, me parecían familiares, no me extrañaban para nada, siendo un mundo totalmente opuesto al mío. No había ninguna novedad en todo aquello, pero tampoco se puede decir que conociera nada realmente de aquel mundo. Era un sentimiento tan raro, que las palabras se quedan cortas.



Así pues, decidí tomarme mi libertad y ver como se las montaba la gente en aquel mundo.
Durante esos 6 años he vivido, sentido y visto de todo en el Otro Lado, y lo primero que me chocó fue el estilo de vida apresurado que llevan ahí casi todos. No lograba comprender (ni aún ahora lo comprendo) el por qué todo el mundo necesita encontrarle un sentido a la vida, por qué todo el mundo necesita una meta definida, independiente, única. No entendía por qué la gente sufría tanto por el paso inexorable del tiempo. Nunca vi a nadie, excepto alguna que otra excepción, que le diera importancia a las cosas pequeñas y sencillas de cada día: una simple conversación, el trino de los pájaros, un beso, las risas, un baile, pasearse por un mercado, el ruido de las hojas mecidas por el viento... Por qué siempre se ponen metas tan elevadas? Por qué se entristecen cuando no pueden conseguir lo que su ambición egoista les pide?

Solamente esas cosas de cada día que menospreciais os harán felices.



Nunca entendí, además, como esas gentes se podían gastar el dinero en cosas totalmente inútiles y pasajeras, que no dejan jamás huella en el alma, y no lo gastaban en viajar. Casi lo consideré como un insulto hacia mi persona. Siempre he anhelado viajar, pero nunca lo he hecho porque mis obligaciones me exigen estar siempre de vigía a lo alto del arbol donde vivo, en mi flet, y además ahora que la obscuridad se cierne sobre nosotros, es nuestro deber permanecer aquí. No hay nada que enriquezca más el alma y abra más el corazón que conocer nuevas formas de ver la vida, y convivir con gentes distintas. No hay nada más sencillo y no hay nada que haga que estés en armonía contigo mismo y con los demás que el viajar. Mis mejores recuerdos están en el único viaje que hice al Bosque Negro, muchos años atrás, cuando aún no había alcanzado la mayoría de edad.

Vosotros que sí podeis, hacedlo.