miércoles, julio 12, 2006

Hola a todos, vuelvo a escribiros otra vez después de unos cuantos días sin hacerlo, desde que os hice aquella reflexión sobre las culturas que pueblan vuestro Mundo, ese Mundo tan interesante y generoso y, sin embargo, tan despreciado y mal tratado por vosotros mismos.

Después de casi una semana sin que ningún ataque orco haya vuelto a romper esa paz intranquila y mortal que reina en el Bosque, nuestra reina Galadriel ha convocado esta noche una fiesta en la qué todo el pueblo silvano estaba invitado, justo a los pies del gran arbol donde moran los Señores del Bosque, en Caras Galadhon.
Ahora mismo he vuelto de esta fiesta, y os tengo que decir una cosa: nunca jamás me había sentido tan feliz como hoy me siento. Es como si a mi corazón le hubieran crecido unas alas, y por fin hubiera escapado de todos mis miedos, preocupaciones y temores sobre mí mismo. Es como si todas las barreras defensivas que nuestras almas habían ido creando durante siglos se hubieran roto esta noche, y todos los corazones se hubieran dado las manos y danzado alrededor de la hoguera que se ha encendido después de la cena.



No sé por qué ha ocurrido esto, pues muchas fiestas se han celebrado bajo este arbol, y a varias he acudido y sin embargo siempre me había sentido cobijado dentro de mí mismo, solamente teniendo en cuenta todo lo que ocurría a mi alrededor a través de mis propios ojos, y en verdad jamás me había sentido a gusto. Solamente cuando huía hacia mi flet en soledad, y me sentaba para mirar las estrellas me sentía a salvo, en paz. Aunque ahora dudo si realmente en aquellos momentos me sentía en armonía conmigo mismo. De hecho estoy convencido que no era armonía ni paz lo que sentía, sino tristeza y melancolía. Refugiado en la soledad de la noche nunca paraba mi alma de lamentarse, como si los espinos de la carcel que me encerraba me estuvieran hiriendo constantemente. Y sin embargo, en compañía de los demás solamente tenía ganas de estar allí donde podía llorar solo, donde mi orgullo no pudiera ser herido, donde podía respirar mi propia esencia pero sabiendo que esta jamás podría enseñarla a nadie. Al fin y al cabo, de una cosa estoy realmente convencido: nunca confié en nadie, ni en mi mismo; nunca pensé en nadie, solamente en mí mismo.



Hoy en esta cena hemos hablado, discutido, peleado, perdonado, nos hemos alabado y dejado en ridículo, hemos llorado y reído más que nunca, sin importar lo que pudieran pensar los demás. La vergüenza, el orgullo, la dignidad, el autoestima, los miedos, las dudas...todo esto se ha esfumado como la niebla bajo el sol abrasador del mediodía. Constantemente nos anulábamos a nosotros mismos diciendo lo que pensábamos, escuchando sin tregua, aceptando las ideas del prójimo, influenciándonos, correspondiendo a nuestros propios sentimientos sin tener en cuenta respeto ninguno, excepto el respeto a una única cosa: nuestras vidas y nuestra unión contra la oscuridad...Nuestra Luz.



He hablado con mi peor enemigo y luego al terminar nos hemos abrazado entre sollozos prometiendo que nos protegeríamos hasta el final, he besado a la chica que me gustaba desde hacía muchos años y su esposo me ha pegado, pero después de la pelea hemos terminado compartiendo una copa de vino especiado, y la chica se ha ido a danzar a la luz de la hoguera bajo nuestras alegres miradas.
Todo da igual, quizá mañana muchos de nosotros moriremos, y nuestro reino dentro de nada solamente será un recuerdo del pasado, pase lo que pase. Debido a esto, nuestras diferencias se han convertido en cosas nímias, en tonterías, o sea, en lo que realmente són, y lo que nos separa día a día por culpa de lo que no queremos decir, por culpa de los prejuicios y del egoismo, todo esto se lo ha llevado el viento de la guerra y de la incertidumbre.



Después de la cena, el baile ha sido lo que ha enaltecido más mi alma de toda mi vida. Por primera vez, he dejado de escribir versos, de componer música y de tocar para los demás, y he entrado a bailar y a danzar sin pensar en el ridículo y en todas esas tonterías. He terminado bailando y besándome con todas las chicas de Lothlórien, todos hemos terminado besándolas y bailando con ellas, todas han terminado besándonos y bailando con nosotros. Risas, juegos, miradas divertidas, coqueteos. Alzándo las faldas con atrevimiento, risitas simulando decoro, música viva, con alma, alegre, sin fronteras, bailando de cualquier manera, como nuestro corazón nos ha dictado.



Vuelvo a estar aquí arriba, en mi flet, en esa plataforma de madera con una pequeña casita en la qué he vivido durante cientos de años en soledad. Y ahora, mientras escribo esas líneas (que ni de lejos se acercan a lo que hemos sentido todos esta noche), la gentil cabeza de una doncella se apoya en mi hombro, susurrándome antiguas canciones de lejanas tierras que aprendió de pequeña, y junto a mi, muchos elfos y elfas que antes ni conocía yacen como yo en compañía tranquilamente en mi propio hogar, sobre un flet qué jamás nadie había pisado excepto yo. Uno toca el arpa, otro la flauta de madera, otro la guitarra, y las innumerables estrellas hoy parecen haberse vestido de gala, más bellas que nunca.